viernes, 23 de agosto de 2013

La tierna misericordia


La Tierna Misericordia

Misericordia es una palabra de origen latino. (Misere: necesidad; co,cordis: corazón; e ia, hacia los demás) Podíamos traducirla como vivir con un corazón abierto hacia aquellos que tienen necesidad.

La misericordia está tejida con los hilos de la humildad, la sencillez y el perdón. Habita en lo entrañable, lo escondido, lo íntimo. Nos inserta en la esencia de nuestro ser y nos acompaña a lo nuclear de las personas.

La misericordia nace de la experiencia de reconocernos en verdad como somos. Seres pequeños, indefensos, incompletos, necesitados. Descubrir quienes somos en realidad es aceptar que somos dependientes y que mendigamos amor. No somos autosuficientes. No podemos serlo por nuestra propia humanidad.

Aceptar este principio, es abrirnos y dejarnos transformar en la experiencia de sentirnos y sabernos amados en nuestra hambre y sed de peregrinos del Infinito. Tomar conciencia, aceptar esta verdad es adentrarnos en los páramos más apasionantes del corazón de todo ser humano.

No podemos saber de misericordia si no hemos gustado anticipadamente el gozo de sabernos acogidos, aceptados y queridos como somos. No solo por lo buenos, lo listos o lo poderosos, sino más bien por lo mediocres, lo torpes y lo pedigüeños.

Abajemos nuestro ego. Anonademos nuestra soberbia. Ninguneemos nuestro destellar de glamour, para poder adentrarnos en algo más humano, más entrañable y también más raro.

Es necesario el despojamiento de nuestras razones, nuestras creencias, nuestros haberes y nuestros sentimientos caducos. Quedarnos limpios para poder empaparnos de un misterio de gracia y de vida.

La misericordia es un don del corazón que se alimenta de la ternura. Bebe de unos sentimientos más grandes, desinteresados, y misteriosos. No nos pertenece pero tenemos el privilegio de poder gustar y practicar un tesoro que nos hace más humanos.

Experimentar la misericordia provoca instintivamente que nos volvamos misericordiosos. Requiere que nuestra mente y nuestro ser estén abiertos para descubrir que soy don para los demás y los demás son dones para mí. Toda persona es un regalo que me hace la vida para enriquecer la mía. No en la misma proporción. No con la misma intensidad. No en la misma profundidad; pero todo ser humano es un enriquecimiento para mí.

Esto requiere percibir la realidad, las circunstancias y las personas con ojos nuevos, limpios, necesitados y dadores de ternura.

Dentro de nuestras diferencias y a pesar de nuestra originalidad y novedad, todas las personas tendemos a las mismas carencias, los mismos vacios, las mismas heridas. Y el bálsamo que lo sana todo en la ternura impregnada de  misericordia.

Nuestra grandeza se esconde, no en nuestras conquistas, sino en nuestra pequeñez, en nuestra dependencia, en nuestros miedos y bloqueos, en nuestra apertura y entusiasmo. Somos seres infinitos en realidades limitadas. La tierna misericordia nos hace gustar la inmensidad de nuestro ser y hacer en medio de este mundo.

¡Que por ti no quede!. 

Mª Victoria Romero Hidalgo. AJM

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