viernes, 6 de septiembre de 2013

La Virgen de la ternura


LA VIRGEN DE LA TERNURA




La Virgen de Vladímir es un icono de principios del siglo XII, uno de los más célebres y venerados de Rusia. Desde 1930 se conserva en la galería Tretiakov de Moscú.

El icono fue trasladado de Constantinopla (Bizancio) a Kiev. En 1155 el príncipe Andréi Bogolubski se lo llevó a Vladímir, capital del noroeste de Rusia (a lo que se debe su nombre), donde se conservó durante mucho tiempo. Después de la victoria de los rusos sobre los tártaros (que se le adjudicó a la ayuda de la Virgen) y con el enaltecimiento de Moscovia, el icono fue colocado en la Catedral de la Asunción del Kremlin de Moscú.
Las capas más antiguas de pintura se conservaron principalmente en los rostros de la Virgen y del Niño. Casi todo lo demás es pintura posterior de los siglos XIII al XVI.

El icono está pintado en tablas con pintura mineral y vegetal muy consistente, disuelta en yema de huevo (temple). Las figuras de María y del Niño Jesús se hallan unidas por la suave línea del contorno. El rostro de la madre, cariñoso y severo al mismo tiempo, está pincelado con finura y delicadeza sorprendentes, los cambios de color son casi imperceptibles. Resaltan sus ojos grandes, llenos de profunda pena e inmensa angustia por el destino de su hijo.

La imagen de "La Virgen de Vladímir" fue muy popular en la Rusia Antigua. Los maestros rusos crearon numerosas obras tomando como modelo este icono donde el Niño se aprieta a la mejilla de su madre en muda caricia (en la iconografía rusa este modo de presentar a la Virgen lleva el nombre de "La Ternura", Eleusa).

La Virgen de Vladímir fue muy venerada en Rusia donde se le dio el sobrenombre de “Madre de Rusia” y ante ella, como protectora del país, era coronado el zar y consagrados los patriarcas.
Desde 1930 se conserva en la galería Tretiakov de Moscú.


                                                                            Orar con la Virgen de la Ternura


Contempla la imagen con veneración; no una sino muchas veces y con mucha calma, con la certeza de que el Espíritu Santo te hablará. Se trata de establecer una unión espiritual con María, de sentir cerca a nuestra Madre que está en el cielo y que el icono representa

- El rostro de María: Destaca la dulzura, la ternura y la intimidad que caracterizan el encuentro personal de la Virgen María y de Jesús y el modo en que María "conservaba todas esas cosas meditándolas en su corazón" (cfr. Lc. 2,19)

El rostro de María refleja el peso del sufrimiento que lleva dentro: "Una espada te atravesará el alma" (Lc 2,34-35) y adopta una actitud de abandono, dejando que su hijo la abrace, abarcándola por completo. Jesús, con un rostro que irradia humanidad y ternura, la protege y la consuela con su mirada compasiva y con el contacto de su mejilla con la de María. Ante la respuesta amorosa de su Hijo, contemplamos a la Virgen María gustando en su interior el Salmo 17,8: "Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas."

La belleza del rostro de María no deslumbra exteriormente; se trata de una belleza interior, propia de quien está impregnada del Espíritu Santo, de cuya gloria es transparencia.

- La mirada. Lo más bello en su rostro son sus ojos: fuente de profunda paz. El secreto de su mirada interior volcada sobre la belleza del misterio de Dios se nos comunica a través de la mirada exterior. La mirada de la Santísima Virgen no se dirige a Jesús sino al orante que está delante. En esos ojos podemos contemplar la profundidad contemplativa de María ante el misterio de la Encarnación del Verbo y el terrible dolor ante sufrimiento redentor de su Hijo prolongado en su Cuerpo Místico que es la Iglesia.

María mira con ternura y tristeza a los que sufren en su peregrinación terrena y a la humanidad pecadora que ofende a Su Hijo. Al mismo tiempo nos está diciendo que no tenemos de qué preocuparnos, pues el Corazón de Jesús nos mira con compasión como lo hace con Ella: Dios es rico en misericordia, es consuelo para el que sufre y es luz para su pueblo que camina en tinieblas: "Aunque camines por cañadas oscuras, nada temas, porque el Señor va contigo". (cf. Salmo 22, 4)

De inmediato vienen a la memoria las palabras de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, prolongación de los sentimientos del Sagrado Corazón de Su Hijo: "No temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de cosa otra alguna?" (Nican Mopohua)

Juego de miradas entre Jesús, María y nosotros es como una espiral o un círculo virtuoso que llama a un mayor amor y una creciente intimidad. Los ojos de María son grandes, con pupilas que se expanden y cejas que se prolongan, como queriendo abarcarnos a todos, los que nos acercamos a ella y los que no, y diciendo que esa invitación se extiende a todos los hombres por igual.

- Los oídos están cubiertos. La boca es pequeña. María guarda silencio, escucha la voz interior.

- Las manos de María: En el centro del icono está la mano izquierda de la Virgen indicando a Jesús. Nos dice: "Él es el camino" y nos invita a adorar al Hijo de Dios, nacido de María, verdadero Dios y verdadero hombre. La mano derecha está sosteniendo a Jesús, lo levanta, lo alza para mostrar su gran tesoro. Esta mano tiene la forma de un cáliz, que recibe la Sangre Redentora de Cristo. María la recoge, la muestra, nos la ofrece. Me gusta contemplar en este gesto a María, Madre de los sacerdotes y maestra de vida eucarística.

- La luz intensa que irradian los rostros y las vestiduras nos está gritando que Cristo es la luz del mundo, el faro luminoso que nos guía en el camino, la belleza suprema que ilumina nuestras vidas. ¿Dónde está la suprema belleza? ¿De quién procede toda belleza? De Cristo que se encarnó, murió y resucitó por amor al Padre y a todos nosotros. La luz que se refleja en el rostro de María nos recuerda que la belleza de la creación es transparencia de la belleza de Dios y que en el caso de María, la llena de gracia, brilla con una fuerza especial.

- El vestido de María es de color púrpura que representa su condición de Reina. Tiene tres estrellas, una en la cabeza y dos en los hombros: simbolizan su virginidad antes, durante y después del parto, así como la Santísima Trinidad. La tercera estrella, la del lado derecho es Cristo mismo: "Yo soy la estrella radiante de la mañana" (Ap 22,16). También la composición triangular del icono nos habla de la Trinidad que abarca y penetra todas las cosas, como el manto que cubre todo el cuerpo de la Virgen ("el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra", Lc 1, 35).

- La figura de María es dinámica, como la Iglesia en camino; la de Jesús es estática: roca firme que fundamenta el universo y que nos sostiene en las dificultades de la vida: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro." (Rm 8, 35-39)

- Las letras que están junto a la cabeza de María son las iniciales de "Madre de Dios", en griego. Nuestra Madre del cielo nos invita a todos sus hijos a participar de la vida de Dios en una intimidad familiar con la Santísima Trinidad, junto a la Madre, gracias a la puerta que Cristo Redentor nos abrió por su pasión, muerte y resurrección.

Este icono es una llamada a la conversión por el camino de la belleza: por la experiencia viva de la misericordia divina que se nos revela a través del Sagrado Corazón de Jesús y el inmaculado corazón de María.

Ahora detente a ver la imagen, luego contémplala en actitud orante y finalmente gústala en tu interior, con la certeza de que contiene un mensaje de Dios para ti. A través de la mirada toma posesión del mensaje que Jesús y María te quieren dar y escucha la voz interior del Espíritu Santo. Que tus ojos te acerquen a la Santísima Virgen con una mirada de fe, suplicándole que te dé acceso a su intimidad para hacer más tuyo, más cercano el misterio de la misericordia de Dios.

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