EL SUEÑO DE UNA MADRE
Cuando somos niños/as creemos que mamá todo lo puede, que no
se cansa, que no sufre…
Es nuestro ideal. Nuestra seguridad. Nuestra protectora.
El referente principal y único en muchos momentos. Es la que nos ha hablado sin
palabras de: amor, cercanía, miradas, caricias, sonrisa, dedicación y sacrificio. Somos lo más importante y
fundamental para su vida, especialmente en los primeros años de nuestra vida,
cuando somos pequeños/as y dependientes.
Esa imagen que
guardamos de ella, con el tiempo no coincide con la que vemos al ser adulto.
Entonces descubrimos que mamá también sufre, se cansa, está triste, no tiene
fuerza, calla ocultando el dolor… Es más humana y más cercana a nosotros/as.
La vemos como una heroína, sobrevivir a grandes tragedias,
llevarnos de la mano conteniéndonos y mostrándonos la vida siempre del lado más
hermoso. De niños/as no entendemos sus lágrimas; de mayores nos preocupan.
Así como nosotros necesitamos tantas veces la protección de
sus brazos fuertes, la comprensión de nuestros gestos o nuestros silencios,
nuestro dolor, ella también nos necesita.
Por eso podemos detenernos y observarla, abrazarla y hacer
que sienta que estamos ahí, que nos
importa y es valiosa. Así le devolveremos el más hermoso sentimiento que nos
enseñó, el que lleva paz y tranquilidad en los momentos difíciles de la vida,
el que nos contiene, el que minimiza el dolor, el que nos hace luchar por
nuestros sueños e ideales. Pero, sobre todo, nos enseña a dar sin pedir nada a
cambio: su ternura.
Siempre estaremos en deuda con quien nos dio la vida y nos
hizo crecer en ella: nuestra mamá
Mª
Victoria Romero Hidalgo
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