lunes, 14 de octubre de 2013

Somos lo que soñamos ser



Somos lo que soñamos ser

Es importante iniciar este nuevo curso reflexionando sobre nuestros sueños porque Somos lo que soñamos ser. Ésta es una verdad contundente y reconfortante. El «material» de nuestros sueños nos componen. Quien no sueña, no vive. Sin ellos la humanidad se habría extinguido,  sin ellos estaríamos muertas. Por eso nos conviene alimentar, cuidar, sostener sueños, nos jugamos la supervivencia.
El sueño es una energía, un dinamismo, una fuerza, algo que sale de dentro, que nos sostiene e impide que nos quebremos. Los sueños nos mantienen erguidas y en pie, conforman nuestros planes de vida y nos moldean. No importa si el sueño se cumple o no, tenerlo ya es una suerte. Los sueños nos hacen mujeres resistentes y reexistentes, en la resistencia habita la esperanza y en la reexistencia habita la posibilidad de vida de cada día. Somos soñadoras no ensoñadoras. Un sueño ha de ir acompañado de un evidente arremangarse para tratar de ir tras él; una ensoñación es un anhelo que, al no poner en marcha ningún mecanismo de vida, se queda vacío. Los sueños se pueden alimentar, como toda realidad viva. Un sueño alimentado, aunque sea poco, tiene futuro; un sueño no alimentado se esfuma.

Un gran fantasma recorre hoy nuestra sociedad global y nuestra Iglesia en particular: la desilusión, el desencanto. El realismo desencantado es una metástasis para los sueños. Una parálisis que nos agarrota y que nos hace vivir la amargura de una vida pobre. Nos encontramos, demasiadas veces, acoquinadas, con el alma encogida y con los sueños malheridos. Por otra parte nos invade el utilitarismo, el «para qué» nos atenaza. ¿Para qué sirven los sueños? Pareciera que la respuesta de E. Galeano «para avanzar», cuando habla de las utopías, no nos termina de convencer.

Los desalientos nos vuelven al ayer y bloquean el mañana; son una razón para detenernos, para abandonar, para instalarnos en la mediocridad... pero es preciso agarrarse a lo que sea y agarrarnos entre nosotras para transitar por el camino de los sueños. Podremos tener los sueños malheridos pero no están muertos y, a poco que nos empeñemos, de repente, rebrotan, surgen potentes; no en vano vivimos en la tierra de D. Quijote. Somos herederas de una rica tradición de grandes sueños y es enriquecedor que estén como telón de fondo de nuestros humildes y concretos sueños. Recordamos algunos:

Desde antiguo los hombres y mujeres del pueblo de Israel agobiados por las luchas y dificultades de la vida, soñaban y esperaban con ansia la llegada del Mesías que cambiaría su situación. Zacarías nos expresa el sueño de cómo sería la vida si Dios reinase (Zac 8,4-5). También el profeta Isaías sueña «el día» de la soberanía plena de Yahveh como una nueva creación (Is 65,17-19). Jesús de Nazaret, desde el comienzo de su misión, anuncia que Dios quiere hacer realidad el sueño de Israel. Ya ha llegado el tiempo de la salvación dispuesto por Dios (kairós), ahora se abre el inminente comienzo del Reino (Mc 1,15).

Han pasado 50 años desde que Martin Luther King pronunciara una de las piezas de oratoria más brillantes del siglo XX. Su discurso, sobre el sueño de que sus hijos llegasen a vivir en un país donde no se les juzgara por el color de su piel sino por su forma de ser, perdura en el recuerdo dentro y fuera de Estados Unidos.


No es de ingenuas tener sueños. Es cierto que hay que tener los pies en el suelo pero «matar al soñador», desde los tiempos de la Biblia, es empobrecer la comunidad humana.
Mª Carmen Martín Gavillero 
Mujeres y Teología. Ciudad Rea

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