jueves, 24 de octubre de 2013

Reflexiones...

Quizá no sea el lugar adecuado para este compartir tan personal pero amparándome de forma un poco cobarde quizá en un seudónimo me voy a atrever por la conexión que este espacio ha tenido con mi experiencia.

Pongámonos en situación: 
Final de un día duro, de una semana dura... que se está alargando, no sé exactamente el motivo. Termina la celebración de la Eucaristía, poco a poco la gente va abandonando el templo, las luces se van apagando pero el Magnificat de Taizé sigue sonando trayendo a mi memoria ecos de un precioso verano. Sentada al fondo, tengo una perspectiva espectacular de una maravillosa cruz de madera, que iluminada desde su parte posterior ofrece un juego de luces y sombras, en el templo ya en casi total oscuridad, no apto para personas con alto índice de sensibilidad... Unas 5 o 6 personas y esa cruz entre penumbras...ya no sé si suena música o no. Me siento en paz, tranquila...de repente viene a mi mente la imagen de portada de este blog... yo soy ese niño en manos de Él. 
Manos cálidas, tiernas, amorosas pero a la vez fuertes, seguras... y mis preocupaciones, tristezas, cansancios... poco a poco se esfuman... y recuerdo las palabras del profeta Isaías (49, 15-16)

Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? 

Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. 

He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida;...


Palabras que entremezclo con el salmo 138... ¡cuánto me gustaría saberlo de memoria para poder recitárselo a Él en estos momentos!

Y para ser consciente de lo que está sucediendo, me repito a mi misma: 
El Señor está pasando ahora, ¿no lo ves? ¿no lo sientes?... atesora estos momentos en tu corazón.


...  Podría haber estado así toda la eternidad  
                                                         
                                                                                                                        ...  y quién no, ¿verdad?

Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,

de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.

Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?

Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,

allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,

ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.

* * *
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.

Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.

Cuando, en lo oculto, me iba formando, 
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,

tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.

¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!

Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.

Dios mío, ¡si matases al malvado,
si se apartasen de mí los asesinos

que hablan de ti pérfidamente,
y se rebelan en vano contra ti!

¿No aborreceré a los que te aborrecen,
no me repugnarán los que se te rebelan?

Los odio con odio implacable, 
los tengo por enemigos. 
Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,

mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno.


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