LA CAMISA DE LA SERPIENTE
Veo algo que me llama la atención en un
arbusto de los campos abiertos en la India calurosa de los húmedos
monzones. Me acerco cuidadoso a examinar la sorpresa y pronto reconozco la
reliquia inconfundible de la vida renovada cada primavera al crecer los cuerpos
con el vigor de la juventud y la fuerza de la vida. Allí, colgando
de una espina alta, está la camisa recién abandonada
de una serpiente. De una pieza, fina y transparente como un velo de novia. La
desengancho y la admiro en mis manos, y pienso en la serpiente que dejó su
envoltura para poder crecer.
Es cómodo tener el traje hecho a medida por la
naturaleza misma en corte preciso. La serpiente se precia de él con
justificado orgullo. Quizá se aficiona también al traje y
piensa que con él no va a tener problemas de vestir ya para el resto de
su vida. Pero el cuerpo crece y el traje queda estrecho. Resulta incómodo. No
puede ya albergar al maduro reptil. Hay que deshacerse de él.
No es fácil la tarea. Da pereza el cambio. Incluso
nos dicen que hay peligro mientras el reptil permanece indefenso al cambiar de
ropa. Pero la vida llama y el momento llega. La serpiente otea el horizonte,
escoge un espino, engancha la punta de su vestido, y se va escurriendo, curva a
curva, dejando detrás el vestido inútil, y emergiendo con el brillo nuevo del
traje recién estrenado. Tras varios esfuerzos queda libre del todo,
y se lanza al camino con el desahogo amplio del cuerpo crecido. Ya no le cabía en la
antigua funda. Para crecer hay que cambiar de piel. Aunque cueste un poquillo.
Ando mirando alrededor para ver una espina que me sirva.
Quiero colgar de ella la camisa que me queda corta. No me deja crecer. Me vino
muy bien en su tiempo, pero he crecido y ya no encajo en sus costuras a punto
de reventar. Le tenía cariño y me gustaba. Me da pena dejarla. Me
acompañó mucho
tiempo. Mi pasado, mis costumbres, mis maneras de ver y mis modos de juzgar,
mis devociones y mis oraciones, mi imagen y mi historia. Todo era muy cómodo, pero
si quiero crecer, he de dejarlo. Si permanezco aprisionado en la primera piel,
no se desarrollarán mis miembros ni se abrirá mi mente.
He de pasar por el ritual del descondicionamiento si
quiero seguir en la primavera del vivir. Y el proceso no es de una vez para
siempre. La próxima primavera volverá la
serpiente a cambiar de piel para seguir creciendo, para seguir viviendo.
Hay que cambiar la piel del alma para que crezca en la
plenitud que ha de ser suya. Hay que encontrar la espina y engancharse y tirar.
Es penoso, pero es necesario. La serpiente lo sabe.
Acaricio en mis manos la piel abandonada. Pienso en la
serpiente, ya lejana, que tuvo el valor de dejarla. Bello tejido de escamas
iguales. Bello, pero ya superado. La experiencia campestre me anima a seguir el
ejemplo.
Voy a
cambiar de piel...
Carlos Vallés s.j.
No hay comentarios:
Publicar un comentario