A continuación encontrarás la
carta dominical del arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, para este
domingo, 17 de enero de 2016:
Mirando desde el Tibidabo la
ciudad de Barcelona, he observado una gran urbe y he pensado que el corazón de
las personas que la habitan se puede ganar con el mismo amor que en cualquier
rincón del planeta. Bajando a la ciudad he pensado que estamos en el Año de la
Misericordia, que es precisamente un año único para poner a prueba nuestra
estima, que se manifiesta en lo más tierno que tenemos los hombres y las
mujeres en nuestro interior, como es el amor, la comprensión, el perdón y la
capacidad de volver a empezar.
En mi camino de regreso a casa,
cerca de la Catedral, me han preguntado dónde está la Puerta de la Misericordia
en este Jubileo al que hemos sido llamados por el papa Francisco. Me ha
parecido que lo que debía responder no es sólo dónde está el portalón que da
acceso al templo, sino que el hecho de cruzarlo es dar un paso más allá…
Debemos cruzar la puerta del amor que representa el Señor.
En el Antiguo Testamento, la
primera manifestación de Dios al pueblo de Israel se revela a Moisés diciendo:
“Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en
amor y fidelidad” (Ex 34,6). La misericordia es el primer atributo de Dios,
seguido inmediatamente de la compasión. Es un Dios que se nos presenta desde la
benevolencia, desde el amor y la ternura que muestra siempre el don gratuito,
puesto que éste se expresa queriendo visceralmente, dándolo todo, ofreciéndolo
todo, sin esperar nada a cambio. A lo largo del Antiguo Testamento hallamos
muchas expresiones de la misericordia de Dios: en la compasión por todas las
criaturas, en la acogida de quien ha pecado, proclamando que el amor
misericordioso de Dios es para siempre. Por eso, la benevolencia de Dios se nos
presenta, se nos hace cercana y nos ilumina a través de Jesús y su Evangelio,
“porque Él es la puerta que nos conduce hacia el Padre”. A través de los
relatos de san Lucas, la misericordia de Dios se hace misericordia humana en
Jesús. Esto es lo que distingue a los cristianos en su forma de entender a los
hombres como prójimos y como hermanos. Por eso el Evangelio nos dice: “Sed
compasivos, como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6,36).
Lo que hay que traspasar en el
año de la misericordia es la puerta del Cristo que nos lleva a Dios Padre. Y la
Puerta Santa tiene que ser ese signo que, una vez traspasado, haga que nuestro
corazón vaya de lo humano a lo divino, recordando la cita de Gregorio de Niza
en su tratado de las bienaventuranzas: “Si el nombre de misericordioso se
atribuye a Dios, ¿a qué te invita Jesús cuando te pide que seas misericordioso
si no es a ser Dios?” “[…] Si, efectivamente, la escritura proclama a Dios
misericordioso y la verdadera beatitud es Dios en sí mismo, es evidente que el
hombre que se hace misericordioso se convierte en Dios”.
Desde la ciudad he mirado el
Tibidabo y he vuelto a pensar que los corazones de los hombres y las mujeres
deberían estar abiertos a esta misericordia que nos hace cruzar la puerta de
los corazones de nuestros hermanos vecinos, la puerta de la Catedral como
signo, la Puerta de Cristo como transformación de nuestra vida.